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sábado, 10 de julio de 2010

Panel por el matrimonio igualitario. Palabras de Paula Condrac, abogada y psicóloga social.

Paula Condrac es una de las abogadas que, como integrante de la Multisectorial de Mujeres de Santa Fe, patrocinó el caso Ana María Acevedo. Citando a Hannah Arendt, vino con una mala noticia: “no nacemos iguales. La igualdad es el producto de la organización humana, decía Hannah Arendt. Y efectivamente no nacemos iguales: sabemos que en esta sociedad no es lo mismo nacer varón que nacer mujer, ni da lo mismo ser pobre o rico, ser blanco o negro, estar alfabetizado o no, ser ateo o no serlo, ser heterosexual o ser homosexual. La igualdad que predican las leyes es sólo abstracta sin la organización humana y el reconocimiento expreso de las diferencias entre los seres humanos. Sólo la acción colectiva y comprometida de la sociedad garantiza la igualdad”.

Para la militante feminista, “la historia de la humanidad demuestra que el respeto por los derechos humanos de las minorías, de las minorías de género, de las minorías étnicas y raciales, de clase –que por otro lado son mayorías numéricas–, sólo se da tras largas luchas. Las mujeres, las personas con orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad, los pobres, en fin, las minorías, sólo tenemos derechos si los conquistamos. La acción organizada y colectiva de grupos homosexuales, gay, lésbicos, trans, cuya militancia permanente es insoslayable, sumado al compromiso por la igualdad de muchos legisladores y legisladoras, y el acompañamiento de gran parte e la sociedad que se muestra sensible a estos temas, puso a las puertas del Congreso Nacional la posibilidad de que el ejercicio de un derecho elemental básico, como es el derecho a contraer matrimonio, a tener hijos, a construir una familia, deje de ser potestad exclusiva de los y las heterosexuales. El matrimonio no puede seguir siendo un privilegio para un sector social”, afirmó.

En este sentido, recurrió a la Historia Universal y enfatizó que “un paso importante lo dio la Revolución Francesa, cuando volvió civiles, o sea laicas, las instituciones usurpadas por la teocracia, tales como el nacimiento, la educación, el matrimonio, la muerte, que hasta entonces tenían sus fundamentos en creencias particulares, confesionales, religiosas y no en la filosofía del derecho natural-racional, que es el fundamento último del estado de derecho. Los estados laicos, plurales y democráticos, herederos de aquella revolución que postulaba la libertad, la igualdad y la fraternidad, deben garantizar la práctica de la igualdad en lo cotidiano y en lo concreto de la vida de los ciudadanos y las ciudadanas. Esto implica el enfrentamiento con los sectores que siguen pretendiendo la existencia de un estado teocrático y patriarcal, donde la heteronormatividad sea obligatoria, y el hombre asuma roles vedados a la mujer.

Recordemos que la institución matrimonial nace como tal para que el hombre se asegure la fidelidad de la mujer, se asegure que le dejará sus propiedades a la descendencia de su propia sangre, fortaleciendo y consolidando de esta forma los estados nacionales. Por eso la lucha por la igualdad de los derechos civiles no es ingenua para nadie: atrás hay fuertes intereses ideológicos y religiosos, hay una concepción de hombre, de mujer, de sociedad y de familia la hubo desde todos los tiempos, porque es la historia de la especie humana”.

A propósito de ingenuidad, volvió a recurrir a la Historia para preguntar: “¿alguien creyó que Isabel la Católica y Fernando de Aragón, los reyes y unificadores de España, los descubridores de América, los padres del rey en cuyo imperio nunca caía el sol y de la reina que no llegó a ser tal porque sucumbió a la locura, dados los intereses económicos, patrimoniales, históricos y políticos que había en juego, alguien creyó que Fernando e Isabel se unieron en un matrimonio católico y civil por amor? No seamos ingenuos”.

“Los detractores de la igualdad argumentan –dijo– desde la metafísica biologicista, la misma que pretendía negar alma a los indios, libertad a los negros, igualdad a las mujeres, derechos a los trabajadores. La que ve la cuestión según la naturaleza biológica de los cuerpos, desde la linealidad que significa sostener ‘matrimonio = varón + mujer’, incluso con signos matemáticos. Estos argumentos hoy no nos alcanzan ni dan cuenta suficiente de la expansión del espíritu humano, de la búsqueda constante de los sueños y de las utopías, de la racionalidad, de la esencia primera y última de la especie humana, que es el carácter histórico, social y cultural de los hombres y de las mujeres, y fundamentalmente la búsqueda incansable de la noble igualdad”.

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